A mediados de una fr�a tarde de febrero, dos hombres estaban sentados solos con una copa de vino delante en un comedor bien amueblado de la ciudad de P. de Kentucky. No hab�a criados, y los caballeros estaban muy juntos y parec�an estar hablando muy serios de alg�n tema. Por comodidad, los hemos llamado hasta ahora dos caballeros. Sin embargo, al observar de forma cr�tica a uno de ellos, no parec�a ce�irse muy bien a esa categor�a. Era bajo y fornido, con facciones bastas y vulgares, y el aspecto fanfarr�n ...
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A mediados de una fr�a tarde de febrero, dos hombres estaban sentados solos con una copa de vino delante en un comedor bien amueblado de la ciudad de P. de Kentucky. No hab�a criados, y los caballeros estaban muy juntos y parec�an estar hablando muy serios de alg�n tema. Por comodidad, los hemos llamado hasta ahora dos caballeros. Sin embargo, al observar de forma cr�tica a uno de ellos, no parec�a ce�irse muy bien a esa categor�a. Era bajo y fornido, con facciones bastas y vulgares, y el aspecto fanfarr�n de un hombre de baja cala�a que quiere trepar la escala social. Vest�a llamativamente un chaleco multicolor, un pa�uelo azul con lunares amarillos anudado alegremente al cuello con un gran lazo, muy acorde con su aspecto general. Las manos eran grandes y rudas y cubiertas de anillos; llevaba una gruesa cadena de reloj repleta de enormes sellos de gran variedad de colores, que sol�a hacer tintinear con patente satisfacci�n en el calor de la conversaci�n. �sta estaba totalmente exenta de las limitaciones de la Gram�tica de Murray, y salpicada regularmente con diversas expresiones profanas, que ni siquiera el deseo de dar una versi�n gr�fica de la conversaci�n nos har� transcribir.
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