De aquel 6 de enero de 1482 la historia no ha guardado ning�n recuerdo. Nada destacable en aquel acontecimiento que desde muy temprano hizo voltear las campanas y que puso en movimiento a los burgueses de Par�s; no se trataba de ning�n ataque de borgo�eses o picardos, ni de ninguna reliquia paseada en procesi�n; tampoco de una manifestaci�n de estudiantes en la Vi�a de Laas ni de la repentina presencia de Nuestro muy temido y respetado Se�or, el Rey, ni siquiera de una atractiva ejecuci�n publica, en el ...
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De aquel 6 de enero de 1482 la historia no ha guardado ning�n recuerdo. Nada destacable en aquel acontecimiento que desde muy temprano hizo voltear las campanas y que puso en movimiento a los burgueses de Par�s; no se trataba de ning�n ataque de borgo�eses o picardos, ni de ninguna reliquia paseada en procesi�n; tampoco de una manifestaci�n de estudiantes en la Vi�a de Laas ni de la repentina presencia de Nuestro muy temido y respetado Se�or, el Rey, ni siquiera de una atractiva ejecuci�n publica, en el pat�bulo, de un grupo de ladrones o ladronas por la justicia de Par�s. No lo motivaba tampoco la aparici�n, tan familiar en el Par�s del siglo XV, de ninguna atractiva y ex�tica embajada, pues hac�a apenas dos d�as que la �ltima de estas cabalgatas, precisamente la de la embajada flamenca, hab�a tenido lugar para concertar el matrimonio entre el Delf�n y Margarita de Flandes, con gran enojo, por cierto, de monse�or el Cardenal de Borb�n que, para complacer al rey, hubo de fingir agrado ante todo el r�stico gent�o de burgomaestres flamencos y hubo de obsequiarles en su palacio de Borb�n con una atractiva representaci�n y una entretenida farsa, mientras una fuerte lluvia inundaba y deterioraba las magn�ficas tapicer�as colocadas a la entrada para la recepci�n de la embajada.
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