La Carta a los espa�oles americanos fue escrita por Juan Pablo Vizcardo y Guzm�n en franc�s y fue traducida al castellano por Francisco de Miranda. Se trata de una de los primeros documentos de defensa de la independencia de Latinoam�rica. Olvidada durante m�s de un cien a�os y poco estudiada antes del siglo XX, la ep�stola nos permite conocer el ya complejo siglo XVIII hispanoamericano. Juan Pablo Viscardo y Guzm�n fue un criollo nacido en Per�. Desde muy temprana edad, ingres� como novicio a la Compaï ...
Read More
La Carta a los espa�oles americanos fue escrita por Juan Pablo Vizcardo y Guzm�n en franc�s y fue traducida al castellano por Francisco de Miranda. Se trata de una de los primeros documentos de defensa de la independencia de Latinoam�rica. Olvidada durante m�s de un cien a�os y poco estudiada antes del siglo XX, la ep�stola nos permite conocer el ya complejo siglo XVIII hispanoamericano. Juan Pablo Viscardo y Guzm�n fue un criollo nacido en Per�. Desde muy temprana edad, ingres� como novicio a la Compa��a de Jes�s, junto con su hermano Jos� Anselmo. En 1767 mediante decreto de Carlos III, fue expatriado de los reinos de la Nueva Granada por ser jesuita. El destierro forzado despert� en Viscardo un profundo an�lisis manifiesto en esta c�lebre Carta a los espa�oles americanos. Viscardo y Guzm�n muri�, en febrero de 1798, en Londres. Estaba decepcionado de sus esfuerzos y de la actitud del gobierno ingl�s ante su proyecto libertador del Nuevo Mundo. Su proyecto pesaba sobre su esp�ritu. Era la expresi�n en todo su esplendor, de sus trascendentes reflexiones, que finalmente motivaron las luchas de Independencia Americana. Antes de morir, Viscardo y Guzm�n entreg� sus escritos a su amigo Rufus King, ministro de Estados Unidos en Inglaterra. Este se los dio a Francisco de Miranda, quien se ocup� de imprimir y difundir este carta. Citamos a continuaci�n un pasaje de la Carta a los espa�oles americanos que nos parece memorable: No hay ya pretexto para excusar nuestra apat�a si sufrimos m�s largo tiempo las vejaciones que nos destruyen; se dir� con raz�n que nuestra cobard�a las merece. Nuestros descendientes nos llenar�n de imprecaciones amargas, cuando mordiendo el freno de la esclavitud, de la esclavitud que habr�n heredado, se acordaren del momento en que para ser libres no era menester sino el quererlo.
Read Less