Las Cartas marruecas son una obra epistolar de Jos� Cadalso, publicada en 1789, tras su muerte. Contienen noventa cartas que se cruzan entre tan solo tres protagonistas. Gazel, un joven marroqu� que visita Espa�a por primera vez, observa y comenta sus costumbres y su cultura. Ben-Beley, amigo y maestro sabio de Gazel, que vive en Marruecos; y Nu�o N��ez, un espa�ol cristiano de quien Gazel se hace amigo. Con estas cartas Cadalso se propuso hacer una cr�tica de la naci�n. Aqu� profundiz� en la ...
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Las Cartas marruecas son una obra epistolar de Jos� Cadalso, publicada en 1789, tras su muerte. Contienen noventa cartas que se cruzan entre tan solo tres protagonistas. Gazel, un joven marroqu� que visita Espa�a por primera vez, observa y comenta sus costumbres y su cultura. Ben-Beley, amigo y maestro sabio de Gazel, que vive en Marruecos; y Nu�o N��ez, un espa�ol cristiano de quien Gazel se hace amigo. Con estas cartas Cadalso se propuso hacer una cr�tica de la naci�n. Aqu� profundiz� en la esencia de los problemas que han hecho que Espa�a, su patria, sea, con sus propias palabras el esqueleto de un gigante. La reflexi�n sobre el tema de Espa�a que inici� fue seguida por Mariano Jos� de Larra, los regeneracionistas y la Generaci�n del 98, hasta el presente. El hilo conductor de toda la obra gira alrededor de la s�tira hacia ciertas costumbres y vicios de la �poca sin seguir ning�n orden. Tanto es as�, que se cree que Cadalso las escribi� en distintos a�os de su vida. En esta obra quiso por mero placer poner por escrito la hipocres�a, la desigualdad, la brutalidad o las supersticiones que hac�an inviable una sociedad basada en un esp�ritu cient�fico y racional. El propio Cadalso nos presenta estas cartas, introduciendo un elemento nuevo en la literatura hispana, el esp�ritu cr�tico: Estas cartas tratan del car�cter nacional, cual lo es en el d�a y cual lo ha sido. Para manejar esta cr�tica al gusto de unos, ser�a preciso ajar la naci�n, llenarla de improperios y no hallar en ella cosa alguna de mediano m�rito. Para complacer a otros, ser�a igualmente necesario alabar todo lo que nos ofrece el examen de su genio, y ensalzar todo lo que en s� es reprensible. Cualquiera de estos dos sistemas que se siguiese en las Cartas marruecas tendr�a gran n�mero de apasionados; y a costa de mal conceptuarse con unos, el autor se hubiera congraciado con otros. Pero en la imparcialidad que reina en ellas, es indispensable contraer el odio de ambas parcialidades.
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