A la sombra de los pilares de Daniel C�spedes G�ngora. Nota del Editor. Mucho antes de mi primera ceremonia a la bandera al lado del aquel busto blanco del hombre de frente amplia como mapamundi - al que nos acostumbramos a reverenciar todos los cubanos - ya yo hab�a comenzado a sentir esa especie de ligamento hacia su palabra gracias a los "descuidos" del abuelo Antonio, quien en sus olvidos prematuros dejaba la puerta abierta del armario verde donde escond�a sus tesoros. Una veintena de libros entre los que se ...
Read More
A la sombra de los pilares de Daniel C�spedes G�ngora. Nota del Editor. Mucho antes de mi primera ceremonia a la bandera al lado del aquel busto blanco del hombre de frente amplia como mapamundi - al que nos acostumbramos a reverenciar todos los cubanos - ya yo hab�a comenzado a sentir esa especie de ligamento hacia su palabra gracias a los "descuidos" del abuelo Antonio, quien en sus olvidos prematuros dejaba la puerta abierta del armario verde donde escond�a sus tesoros. Una veintena de libros entre los que se encontraba La Edad de Oro, se apilaban formando un terr�n que me bailoteaba en la cabeza y al que no pod�a permanecer indiferente.Hasta el d�a de hoy cualquier texto sobre Jos� Mart�, excita mi mirada, como las l�neas sueltas y descarnadas del crep�sculo que me tienden a una mediatizada voluntad de atraparlas, compartirlas, detenerlas en el aire como el exquisito suspiro del fuego convertido en humo. Con el tiempo, Mart� se fue quedando en mis poemas, en las horas del exilio, como una estatua que se abre una esquirla en el m�rmol y muestra su coraz�n. Siempre he sentido sus s�labas y su existencia centenaria, bulto de sombras, fuerza centrifuga hacia el sur donde yace la l�nea de dienteperro y manglares de mi isla. Leer cada l�nea de Pilares Extendidos de Daniel C�spedes G�ngora y tener unos ojos irritad�simos, abrillantados que escurren el roci� del alma, como l�quido necesario para la limpieza de los hierros que portamos dentro. Hierros como los de las cadenas que el joven Mart� se vio obligado a mostrar a su madre.Siento que sollozo por el h�roe, el poeta, el intelectual, pero mi dolor aumenta sabiendo que muchos nacidos en esa tierra no se acercan al misterio del sacramento de nuestro ap�stol, con el rigor que deber�an. Entre otras, creo, ah� radica la ra�z de nuestros desaciertos y pesadillas. Eduardo Ren� Casanova Ealo. Editorial Primigenios
Read Less