Este libro es una biograf???a de un legendario estoqueador de novillos vizca???no, previamente capit???n de la marina mercante, que un coluroso d???a de verano en que su barco atraco en el puerto de Sevilla, descubri??? la enorme luminosidad de la fiesta de los toros. Desde aquel d???a, Zacar???as se qued??? totalmente prendado del toreo.No es tarea f???cil glosar una figura cuyo aura atrajo a autores como Unamuno, que dec???a de ???l "que toreaba en vascuence sin traducir", o Wenceslao Fern???ndez Flores que aseguraba que ...
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Este libro es una biograf???a de un legendario estoqueador de novillos vizca???no, previamente capit???n de la marina mercante, que un coluroso d???a de verano en que su barco atraco en el puerto de Sevilla, descubri??? la enorme luminosidad de la fiesta de los toros. Desde aquel d???a, Zacar???as se qued??? totalmente prendado del toreo.No es tarea f???cil glosar una figura cuyo aura atrajo a autores como Unamuno, que dec???a de ???l "que toreaba en vascuence sin traducir", o Wenceslao Fern???ndez Flores que aseguraba que "nuestra devoci???n, en estas cosas de toros, est??? con Lecumberri", ni sencillo desmadejar el ovillo de la personalidad de quien, lo mismo brindaba sus toros en un perfecto euskera, que romp???a para el bando nacional el cerco mar???timo andaluz durante la Guerra Civil.Si alguien a???na capacidad literaria y conocimiento del medio es Antonio Fern???ndez Casado, que ya desde la atalaya de un merecido par???ntesis profesional puede volver a lucir el terno de "Antonio de Monterrey" para la ardua tarea de, "ir capeando temporales y matando toros", trasunto de la vida de Zacar???as Lecumberri.Es en el interior de este crisol de tremendismo, arrojo, apuesta y tes???n personal, no exento de contradicciones vitales, es en el que, citando de lejos, ha embebido el relato en su muleta, sin darse la ventaja de tirar por la futilidad del anecdotario, ahondando en aquel pozo, ya descubierto en su inolvidable "Toreros de hierro", donde las andanzas de mi coterr???neo ya aparec???an barnizadas por el brillo de la admiraci???n.Y es que, para quien anhel??? en su juventud enfundarse el traje de luces, resulta natural aprehender la pasi???n desbordada que derroch??? Zacar???as, ya fuera haciendo tapias en sus tiempos de maletilla ya fuera al tim???n del Pedro de Valdivia o en los alberos en los que hizo el pase???llo en pos de un rom???ntico sue???o que le cosi??? a cornadas. En mi caso, el encantamiento proviene de algo m???s intimo, una conexi???n geogr???fica y vital que, salvando los a???os, me transporta a las jornadas de pesca en un escenario com???n y compartido, las marismas de Busturia en el mismo coraz???n del Urdaibai. Aunque probablemente, lo que Antonio y a mi nos atrajo, en ???ltima instancia, fue su empe???o en poner el pecho para citar al toro y a la vida. Ese empe???o que tan bien verbalizaba nuestro protagonista, cuando afirmaba: "Yo no acostumbro a cambiar de cara, ni de palabra".Desconozco si a lo largo de esta sinfon???a inacabada que es mi vida, lograr??? cumplir mi anhelo. Lo que ya llevo por delante es que, la historia a la se hab???a hecho acreedor Zacar???as Lecumberri, ya est??? contada.
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