Al entrar en su cuarto, Roubaud puso sobre la mesa el pan de a libra, el p???t??? y la botella de vino blanco. En la ma???ana, la se???ora Victoria hab???a echado tanto cisco sobre el fuego de la estufa, que el calor se hab???a convertido ya en sofocante. El segundo jefe de estaci???n abri??? una ventana y apoy??? en ella sus codos. Esto suced???a en el callej???n de ???msterdam, en la ???ltima casa de la derecha, alto inmueble en el que la Compa??????a del Oeste hospedaba a algunos de sus empleados. Aquella ventana del ...
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Al entrar en su cuarto, Roubaud puso sobre la mesa el pan de a libra, el p???t??? y la botella de vino blanco. En la ma???ana, la se???ora Victoria hab???a echado tanto cisco sobre el fuego de la estufa, que el calor se hab???a convertido ya en sofocante. El segundo jefe de estaci???n abri??? una ventana y apoy??? en ella sus codos. Esto suced???a en el callej???n de ???msterdam, en la ???ltima casa de la derecha, alto inmueble en el que la Compa??????a del Oeste hospedaba a algunos de sus empleados. Aquella ventana del quinto piso, situada en un ???ngulo del abuhardillado techo, daba a la estaci???n, ancha trinchera que, cortando el barrio de Europa, ofrec???a a la vista un brusco despliegue de horizonte. Y este espacio parec???a a???n m???s vasto aquella tarde, tarde de un cielo gris de mediados de febrero, de un gris h???medo y tibio que el sol atravesaba.
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